Esa carta tenía un aspecto inocente, pero según su autora era un arma tan poderosa que podía destruir al gobierno de Uganda. Se trataba de una página arrugada como si hubiese estado en el bolsillo de un pantalón, arrancada de un cuaderno, manuscrita con caligrafía infantil. “Este es el cuarto día que duermo detenida en la estación de policía de Kira —decía —. Los policías son buena gente. No solamente me están protegiendo, también se preocupan por mis medicinas. Soy fuerte. Estoy preparada para ir al juzgado y enfrentarme a mi acusador, el dictador Yoweri Museveni. No me avergüenzo de escribir sobre cómo está oprimiendo a los ugandeses. No me avergüenzo de criticar su dictadura. ¡No me avergüenzo de empujar los límites de la poesía política para hacerle saber el dolor y el sufrimiento que muchos ugandeses soportan por culpa de sus diabólicas órdenes! Escribir es un arma. Vamos a luchar contra sus balas y sus sobornos con nuestros textos. Nos defenderemos con nuestros bolígrafos y nuestros teclados. Estoy orgullosa de ser ugandesa. Firmado: Stella Nyanzi”.