Blog

La columna vertebral de Kibera

Artículos, TSF en los medios l

agnes_wagni_obras

Texto: Pau Riera Dejuan
Fotos: Maria Jou Sol

Tercer día en Nairobi. Tras haber andado por calles asfaltadas, modernas y llenas de grandes edificios, decidimos visitar Kibera, el slum más grande de Kenia y el segundo más grande de África, superado sólo por el de Khayelitsha en Cape Town, Sudáfrica.

Había escuchado muchos rumores sobre lo que me esperaba en Kibera y lo que encuentro no dista mucho de lo que me habían advertido. Al subir al matatu para acercarnos a la entrada del slum, pienso en qué será lo peor que puedo encontrarme, pero la imaginación siempre acaba superando la realidad. Las tres primeras calles por las que andamos están asfaltadas. No me siento inseguro, tal vez sea porque voy acompañado de dos compañeros que viven en Kibera y otro que reside normalmente en Mombasa o porque había imaginado una barriada peligrosa como las que se ven en las películas. De día, Kibera no transmite peligrosidad, pero sí precariedad. Al entrar al laberinto de calles y callejones que forman el slum, la primera imagen que había tenido empieza a desfigurarse a medida que voy cruzándome con barracas destartaladas y llenas de gente viviendo en ocho o nueve metros cuadrados. Mientras nos aproximamos a la vía del tren que atraviesa Kibera, todo se vuelve más desconocido y más sorprendente, pero no asimilo el lugar en el que estamos hasta que veo la vía y el uso que le dan. La línea ferroviaria que va de Mombasa hasta el norte del país, a su paso por el slum, se convierte en una calle principal alrededor de la cual hay vida comercial mezclada con barracas que tienen como único objetivo acoger a varias personas para dormir. Aún queda barro de la lluvia de ayer, así que lo sorteamos caminando sobre las traviesas de la vía para no hundirnos en élEl día a día adentro del slum no debe de ser fácil. Los propios raíles marcan el camino para moverse por Kibera y parece que no preocupe a nadie que en cualquier momento pueda pasar un tren de dimensiones considerables, que haga daño a alguien o que destroce todo el género de quien vende zapatos o camisetas de equipos de fútbol de todo el planeta.

Hoy también nos acompaña Agnes, una de las chicas becadas por The South Face. Está a punto de acabar su carrera en Ingeniería Civil y hace unos meses empezó sus prácticas en una empresa llamada H. Young. Para facilitar la vida alrededor de la línea de tren e intentar evitar los accidentes que hay cada vez que éste pasa, esta empresa está liderando un proyecto que pretende alejar las barracas que están situadas a uno o dos metros de la vía. El proyecto en el que Agnes trabaja consiste en construir un muro situado a cuarenta metros a cada lado de la vía. Estos muros, de siete metros y medio de altura, albergan seis habitaciones que acogerán a seis familias de las que deben ser trasladadas.

Aun así, el proyecto no es tan fácil como parece, puesto que no todas las personas afectadas por el cambio de hogar están de acuerdo con el traslado. Sobre todo porque, tal y como explica Agnes, estas nuevas casas no tienen capacidad suficiente para albergar a todas las personas que deben de ser trasladadas.

A pesar de las dificultades que se presentan, el ejemplo de Agnes que, aprovechando la beca universitaria ha podido cursar una carrera en la universidad de Nairobi y hacer prácticas en su propio país, abre la puerta a la esperanza. Pensando sobre todo que al acabar la universidad tendrá la oportunidad de trabajar en proyectos como éste, que puedan utilizar sus conocimientos en beneficio de su propios conciudadanos.