Emmanuel tiene quince años. Nos espera en la puerta de la tienda de campaña la primera mañana que nos despertamos en Maasai Mara para enseñarnos de cerca las cebras, ñus y gacelas que campan a sus anchas por los alrededores de la casa de la familia de Lilian, una de las chicas becadas por The South Face. Nos explica que con tan sólo seis años cazó su primer animal y ahora ya es un experto en la materia; incluso ha sido capaz de cazar un leopardo. En términos generales, crecer en Mara se podría resumir con la vida de Emmanuel: totalmente integrado en la vida salvaje, encargado de cortarle el cuello a la cabra y preparar la comida del día para toda la familia.
Pasar seis días en un hogar Maasai es todo lo opuesto a hacerlo en la ciudad y sólo se podría parecer a marcharse a la montaña con los recursos básicos para subsistir. Las rutinas, bastante establecidas, se tienen que adaptar al entorno en el que nos encontramos: naturaleza en estado puro con una mínima insinuación de urbanización. Son seis días sin agua corriente ni electricidad, sobreviviendo con la luz del sol y un pozo de que dispone la familia. El abuelo de Lilian lleva 56 años viviendo entre las mismas casas que en su día fueron construidas con ramas y excrementos y ahora han pasado a ser de planchas de chapa. A priori, la vida en Mara está escrita y preestablecida, tanto para hombres como para mujeres y el esquema básico de un día es raramente alterable. Los roles de género dividen las tareas del hogar y de la comunidad, como el cuidado del ganado, la cocina y la crianza de los niños, que en sus ratos libres, aprovechan para dar toques con una pelota de papel ligado con cuerdas.
Los domingos por la mañana la comunidad se reúne en la iglesia, que no es más que una cubierta metálica sustentada por troncos de madera. Como todas las demás casas, se encuentra en medio de la nada, de modo que las decenas de personas que asisten a la misa deben caminar unos cuantos kilómetros hasta llegar. La cultura maasai ha hecho suyas las ceremonias cristianas, mezclando las plegarias con canciones y danzas que improvisan grandes y pequeños.
Nashiluni Mononi se ayuda de sus hijos para asistir a misa cada semana, pues tiene un largo trayecto en coche que sola no puede afrontar. Nashiluni es la madre de Lilian y el origen del cambio de roles de esta familia. Fue la primera mujer de Masailand en divorciarse y ella sola ha sacado adelante a todos sus hijos priorizando siempre que pudieran ir a la escuela. Ahora se muestra orgullosa de que la mayoría de ellos haya decidido desmarcarse del estilo de vida tradicional y puedan contribuir en la economía familiar, a la vez que explotar sus carreras profesionales. En el cambio generacional de la familia de Lilian se intuye un proceso de modernización en el modus vivendi que no encontramos en el resto de vecinos. Samuel tiene 32 años y es el mayor de los hermanos, se marchó de casa cuando se casó con su mujer y ahora tiene un taller de motocicletas. Joseph, de 26 años, vive en Narok y dirige MWEGO, una ONG que trabaja en favor del empoderamiento de las mujeres y de la conservación del medio ambiente. Y luego viene Lilian, que con tan solo 22 años trabaja como profesora en una escuela y está en su último año de universidad.
Cuando oscurece, cenamos rodeando la hoguera que calienta las frías noches de Mara, junto a una familia que canaliza como puede los primeros impactos de la occidentalitzación en un entorno carecido de oportunidades. No deja de ser sintomático que un maasai nos informe vía Twitter de la victoria del Barça, clara señal de que los principales actores de la globalización empiezan a tener cabida de forma evidente en medio de la sabana keniata. Podría tratarse de un punto de inflexión, de una etapa hacia la modernización que quiere sacar la cabeza en Mara pero que probablemente será lenta, intermitente y con un futuro incierto.
Lilian Naserian es, seguramente, la referencia y el claro ejemplo del choque cultural y anacrónico que se vive en Mara. Asegura que en un futuro quiere vivir en Nairobi y formar allí una familia, pero reconoce que le gustaría pasar las vacaciones en Mara con los suyos. De hecho, esta es la vida que lleva como estudiante. Durante el curso vive en la capital, rodeada de edificios y aglomeraciones; durante las vacaciones vuelve a casa de su madre donde los edificios son árboles y las aglomeraciones son animales.
Lilian es una mujer pionera en Mara. Su hermano Joseph nos cuenta que la familia está muy orgullosa de ella y que también lo está toda la comunidad. Es pionera de un pensamiento ignorado en Kenia y de un tiempo que viene y quiere expandirse en todo el continente. Educada, atenta y tímida al natural pero explosiva y tranquilamente enrabiada ante la cámara, Lilian reivindica con firmeza su posición en lo que al rol de las mujeres se refiere. Afirma que el enemigo no es el hombre sino que lo que hay que combatir es la discriminación, y lo hace con una convicción sorprendente, como si llevara años esperando tener la cámara y la pregunta delante. En su discurso defiende sin complejos la opinión de la mujer en el ámbito familiar, social y político, del mismo modo que muestra su mente abierta en relación al matrimonio homosexual.
Los protagonistas de este relato han tenido la oportunidad de optar por el camino que han deseado gracias a la formación que han recibido en la escuela y en la universidad, demostrando así, que la educación es un requerimiento y una necesidad innegociable. Kenia tiene por delante un largo camino por recorrer y Lilian lo quiere emprender. Desde su país y para su país.