La anécdota del profesor Muriuki

Texto y fotos: María Rodríguez / Nairobi (Kenya)

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El profesor Godfrey Muriuki tiene una anécdota que da varias pistas de quién es. La anécdota no tiene fecha exacta, pero se desarrolla cuando no era más que un niño que, como todos en aquella edad, no pensaba más que en jugar el máximo de tiempo con otros chiquillos en las calles del distrito de Nyeri, a unas tres horas de Nairobi, la capital de Kenya. Él procedía de una familia muy pobre, sin embargo, su círculo de amistades provenía mejores familias –hablando en términos económicos-. Y esta razón bastaba para que sus camaradas de juego fueran a la escuela y él no. Pero un día, el día con el que comienza la anécdota el profesor Muriuki, cuando los demás niños volvieron de la escuela, a aquel niño se le encendió una lucecita en la cabeza y lo dijo: “Yo también quiero ir a la escuela”.

Es posible que en aquel momento Muriuki no supiera exactamente la importancia de ir al colegio pero, aquel deseo de infancia de querer volver a casa a la misma hora que sus amigos o descubrir qué hacían allí, marcó su vida para siempre. No obstante, la anécdota no termina ahí. Aquel niño iba vestido con el tradicional pañuelo masai con el que se asomaba sin vergüenza su sexo. Y aunque en un niño no resulta escandaloso, estaba totalmente prohibido asistir de aquel modo a clase. Es por ello que no fue hasta que consiguió unos pantalones, como el resto de niños, que comenzó a ir a aquel lugar llamado escuela.

Godfrey Muriuki es profesor de Historia africana en la Universidad de Nairobi, la octava mejor de África subsahariana, según el Times Higher Education World University Rankings. Y ha dado clases en diferentes universidades en todo el planeta, desde Europa, pasando por Estados Unidos y otras universidades del continente africano. Estudió en Uganda,  hizo su doctorado en Londres. Eran los años 60, la época en que acontecieron la mayoría de las independencias de África y, como él explica, tenía lugar “un nuevo comienzo”. Así, se convirtió en uno de los pioneros de Historia africana, tan apartada de los planes de estudio –incluso a día de hoy-, tan maltratada por los tópicos, tan adulterada por la mirada eurocentrista del continente.

El profesor Muriuki consiguió ir a la Universidad gracias a la ayuda de otras personas que confiaron en sus capacidades más allá de su falta de recursos. Y esta ayuda se graba a fuego en la gente que sabe que sin ese apoyo no hubieran llegado a donde están. Por eso, cuando a finales de los 80 el Banco Mundial sugirió a los gobiernos africanos que se encargaran de facilitar el acceso a la educación a sus ciudadanos, él sugirió a la universidad abrir un departamento que buscara fondos económicos para la gente que necesitaba ayuda para empezar y/o continuar sus estudios. Así fue como la Universidad de Nairobi creó el departamento de asesoramiento a estudiantes especiales con el profesor Muriuki a la cabeza.

El número de alumnos que se acercan a la oficina buscando la posibilidad de recibir alguna ayuda para seguir estudiando es muy alta. Desde que se abrió la oficina han intentado ayudar a unos 14.000 estudiantes, pero con los medios que tienen han conseguido que de éstos sean ayudados unos 1.300. Para conseguirlo el estudiante no lo tiene fácil y la situación es parecida al juego de la yincana en la que llegar al final de todas las pruebas es una cuestión de suma importancia. Tener unas notas altas en el examen de acceso a la universidad es una, y tener referencias tanto del gobierno –aquí vale una autoridad local que conozca bien la situación de la familia del/a estudiante-, como religiosa, que demuestren que su situación es verdaderamente complicada, es otra de ellas. En Kenya, aquellos estudiantes que sacan una alta puntuación en el examen que sería un equivalente a la selectividad en España, tienen un descuento asegurado del 70% en la matrícula, pero no siempre basta. Vivir en Nairobi es terriblemente caro, y los gastos en fotocopias, libros, ropa, comida, transporte y alquiler pueden llegar a ser el peor enemigo de un estudiante. Además, el gobierno “que actúa como un banco”, ofrece préstamos a los estudiantes para poder solventar todos estos gastos, pero el interés al 4% lo convierte también en una opción a la que sólo se arriesgan unas pocas familias. Más aun teniendo en cuenta que, según el profesor Muriuki, un 30% de los alumnos procede de familias pobres.

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Cuando The South Face llegó a Kenya y se acercó a la Universidad de Nairobi para conocer cuál era la mejor manera de poder becar a estudiantes se topó con el profesor Muriuki y su oficina. Fue su personal y él quienes aconsejaron focalizarse en las mujeres “que han estado y están más desaventajadas que los hombres”, explica el profesor, siendo un 41% de los alumnos mujeres según los últimos datos recopilados por Naciones Unidas. Asimismo, el profesor sugirió enfocarse en determinadas carreras como ingeniería, donde apenas hay mujeres, educación, conservación medioambiental o medicina y enfermería, entre otras. Unos estudios que aportan una transformación social y un desarrollo económico a Kenya.

Tantos los estudiantes de la Universidad de Kenya como el profesor Muriuki saben que la beca que ofrece The South Face es un gran apoyo. Ésta cubre los gastos de matrícula y de alojamiento de toda la carrera universitaria y, aunque no siempre se consigue, pretende que las chicas se concentren en sus estudios y que no trabajen mientras se forman para que den lo mejor de ellas. “Las estudiantes becadas por The South Face se motivan mucho porque se les anima a ser las mejores de sus clases y sí, sus notas son muy buenas”, explica el profesor. Así, varias de las chicas becadas por la organización han obtenido unos resultados de matrícula de honor, la máxima calificación que un alumno puede obtener. Pero, más allá de los resultados en las aulas están los resultados en la sociedad keniana. En este sentido, “al ser las mejores se convierten también en modelos para sus comunidades”, para las niñas de sus pueblos que empiezan a soñar querer ser como ellas, ir a la escuela y a la universidad.

En The South Face se le llama ‘efecto multiplicador’ porque esa chica que ha sido becada transfiere a otras personas unos valores sobre la importancia de la educación, pero también de la conservación del medioambiente o de los derechos de las mujeres. Y más adelante esas personas los traspasarán a otras creando algo similar a una cadena de favores. El profesor Muriuki lo sabe muy bien. Sin la ayuda de otros no habría podido ir a la universidad. Tras recordar aquella anécdota de cómo empezó a ir a la escuela, recuerda el día en que The South Face se plantó en su despacho y, sin guardar las apariencias, lo dice claro: “Mira, yo necesito presupuesto de donde sea porque hay muchos estudiantes que necesitan apoyo para seguir estudiando, así que cuando el equipo de The South Face me contó lo que querían hacer sólo pude decir una cosa: ‘¡Aleluya!’”.

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