Las señales de que la guerra vendrá se han multiplicado en los últimos días. En el exterior, el presidente de la Cedeao, el marfileño Alassane Ouattara, asegura que el conflicto es “inevitable” y que los 3.300 soldados de una fuerza de intervención oesteafricana ya están preparados para ir al terreno. Este organismo regional ya prepara una nueva petición al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que apruebe una resolución que avale dicha intervención, paso previo y necesario para que se produzca.
El ministro de Exteriores francés, Alain Juppé, acaba de realizar una gira por distintos países de la región en la búsqueda de un mayor consenso para la operación militar, a la que por el momento tan solo Argelia parece presentar ciertas reticencias en la convicción de que su territorio se puede convertir en la retaguardia de los terroristas cuando se produzca el ataque de la Cedeao. De hecho, Argelia y su pujanza militar se consideran pieza clave para cualquier intervención. Vencer su resistencia es el gran objetivo internacional del momento.
En el interior, el retorno del presidente Dioncounda Traoré parece que puede empezar a sentar las bases para ordenar el proceso de transición a la democracia en Malí. En su primer discurso a la nación ya dejó claro que este país debía aceptar la “solidaridad” que le ofrecían la Cedeao y la UA en el proceso de recuperación del norte del país. “No son nuestros enemigos”, dijo. La pérdida de competencias del primer ministro, Cheikh Modibo Diarra, hasta ahora poco proclive a la guerra, en favor de las dos nuevas vicepresidencias que ha decidido crear el presidente son otro indicio de que la opción por el diálogo pierde fuerza.
Hasta ahora, uno de los grandes escollos para la intervención militar era la posición del propio Ejército maliense, temeroso de que la entrada de tropas africanas en el país supusiera una pérdida de influencia y herido en su orgullo por la derrota infringida en el norte por los rebeldes tuareg, los yijadistas y los terroristas. Sin embargo, la presencia del capitán golpista Amadou Haya Sanogo en el Aeropuerto el pasado viernes, durante la recepción al presidente Traoré, así como la negativa de éste a solicitar protección externa para su seguridad personal son indicios de que en las Fuerzas Armadas de Malí podría empezar a considerarse la llegada de ayuda exterior. Eso sí, Sanogo aún no ha dicho su última palabra y a buen seguro que impondrá sus condiciones.
Quienes ya preparan a fondo la operación militar son los llamados grupos de autodefensa, milicias ciudadanas integradas sobre todo por norteños de etnia songhay, peul o de origen árabe contrarios a la rebelión tuareg que han visto cómo ellos mismos y sus familias han tenido que huir de las regiones de Gao, Kidal y Tombuctú. Aunque algunos grupos se entrenan en Bamako, la capital de Malí, el cuartel general de la mayoría de estos grupos es la región de Mopti, donde se entrenan cada día para “reconquistar” el norte. Sólo la falta de armas parece frenar el ímpetu de estos grupos que sienten que cada día que pasa es una nueva afrenta.
Una de estas milicias es Ganda Izo (hijos de la tierra, en lengua songhay). Han fijado su base en el campamento de la juventud de Soufouroulaye, donde unos 1.500 jóvenes aprenden la disciplina militar y se ejercitan a diario en medio de una enorme falta de medios, incluso para cuestiones básicas como comer cada día. Cansados de esperar por el Ejército, Ganda Izo ha decidido avanzar. Hace unos días establecieron una base en Douentza, a unos 300 kilómetros de Gao, y otra en Bambara Moude, a 95 de Tombuctú. Para ello han contado con el visto bueno de los terroristas de Mujao. Unidos frente a un enemigo común, los rebeldes tuareg, pero conscientes de que es sólo una alianza de circunstancias.
Las armas están entrando en Malí. Es un secreto de Polichinella. Todos saben que llegan, pero nadie explica de dónde vienen. Lo hacen por los puertos de Dakar, Conakry y Abidjan y luego por carretera hasta Malí. Camiones con fusiles, munición y armamento pesado que pasan sin ningún problema las fronteras. Al final, todo es cuestión de dinero.
Y mientras tanto, los rebeldes tuareg del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA) lamen sus heridas en Burkina Faso tras ser expulsados del norte de Malí por los nuevos amos, los grupos terroristas AQMI y Mujao y los yijadistas de Ansar Dine, liderados por Iyad Ag Ghali. Los tuareg claman venganza y han llegado a pedir a los mediadores burkineses que se les permita participar en esta guerra al lado de la Cedeao.
Extrañas alianzas para una guerra que parece inevitable.
Fuente: guinguinbali.com