Kibera es una jungla. Es traducción literal. Ese es el nombre que los soldados nubios al servicio del Imperio Británico dieron en 1904 a su campamento a las afueras de la ciudad de Nairobi. En la actualidad es considerado el slum más poblado de África, con una muy aproximada población de entre 300.000 y un millón de habitantes. Se hace difícil saberlo cuando el mar de chabolas no tiene fin.
Kibera es el barrio donde se asientan los inmigrantes de las zonas rurales subdesarrolladas que buscan cambiar su suerte en la bulliciosa capital de Kenia. Debido al desordenado crecimiento de Nairobi – Kenia crece al 5% anual – se encuentra ya próximo al centro de la ciudad. Es un asentamiento ilegal no reconocido por el gobierno, el Estado no existe una vez empieza el hedor. Pese a ello, son muchos los turistas que asisten a un tour guiado para ver pobreza. Al fin y al cabo es lo que muchos buscan en África, la foto concienciada con el niño chabolista.
Por suerte, tenemos a Samu. Vive en Kibera, en la zona alta – y es que siempre hay clases – . Nos ha enseñado el barrio real, donde nunca pasamos los mzungus. Mientras los niños buscaban un simple saludo que les alegrara el día y muchos sentíamos por primera vez algo parecido a Dios en una misa entre cuatro paredes de metal, Sam ha dado una lección maestra de ciencia política.
El actual Primer Ministro Raila Odinga es el representante en el Parlamento del barrio. No es de extrañar, es el área con el mayor número de votantes registrados. Cada vez que las elecciones se acercan, Odinga se acerca al barrio para demostrar su fuerza: es el líder de la etnia Luo, predominante en al barrio. Y en periodo electoral nunca faltan caravanas repartiendo comida y dinero. Sin olvidar los 200 Shillings, unos dos euros, que se paga a los habitantes de Kibera por convertirse en hooligans de algún aspirante a controlar el país. Ellos fueron la carne de cañón en los disturbios post-electorales que costaron la vida alrededor de 1.000 personas. Odinga no quería aceptar su derrota en 2007.
Por ello, el gobierno keniata, junto a UN-Habitat, está promoviendo la regeneración de todo el barrio con la construcción de viviendas. Parece un proyecto loable. El problema es que pese a que el gobierno no reconoce Kibera, sí se adjudica la propiedad de la tierra bajo el amparo del artículo 60 de la nueva constitución: la tierra está subordinada al uso que quiera darle el Parlamento, “por el bien del país”. Con ello se expropia a los descendientes de aquellos soldados nubios y se demuele lo para muchos es lo único que tienen: un hogar, de chatarra, pero al fin y al cabo un hogar. Lo realmente trágico de la situación es que las nuevas viviendas tienen un alquiler prohibitivo, es una expulsión en toda regla. Al fin y al cabo la frontera de Kibera la marca el campo de golf donde los señores del país pasan el fin de semana.
Ante la desesperación de nuestras caras, Samu esboza una sonrisa de resignación: “los políticos necesitan que haya muchos pobres, es la manera más fácil de conseguir votos”. Él no ha necesitado leer el aclamado libro “Why Nations Fail” para saber que la mayor condena de un país son las élites extractivas, por mucho que se vistan de democracia.
Diego Arroyo - Equipo The South Face