Javier Espinosa es el corresponsal de guerra español más destacado de su generación. Su cobertura de los bombardeos del ejército sirio sobre Baba Amro, el principal bastión rebelde en Homs, y su azarosa fuga hacia Líbano fueron portada en la prensa internacional. Sólo una pared le salvó de morir junto a los periodistas Marie Colvin y Rémi Ochlik, el pasado 22 de febrero. Esta entrevista se desarrolla en su casa de Beirut, donde vive con la periodista Mónica García Prieto (autora también de excelentes crónicas desde Homs en diciembre) y sus dos hijos.
Empecemos por lo elemental: ¿por qué decidiste ser periodista?
Tenía 18 años, vivía en Tenerife y no sabía qué quería hacer. Comencé a colaborar en periódicos locales pero fue por azar, ni siquiera me había matriculado en la Facultad de Periodismo. Escribía sobre deportes, un tipo de información que no me gustaba. El deporte me interesa para practicarlo, no para contarlo. Cubría cosas de hockey, voleibol y balonmano. Poco a poco me fui enganchando y me fui a Madrid a estudiar periodismo, aunque sin gran entusiasmo. En el primer curso suspendí todas las asignaturas menos una, y eso porque si las suspendías todas te echaban. En la que aprobé tuve un sobresaliente. Cada verano volvía a Tenerife y colaboraba en el diario El Día. Quería vivir allí, en mi tierra. Nací en Málaga, pero toda mi vida la hice en Canarias. El caso es que antes de terminar la carrera publiqué algunas cosas en la sección de Internacional deEl Día, que era muy pobre y pequeña, y sobre televisión y cultura en el diario Ya y en la revista Época. O sea, estaba dedicándome a temas que no me atraían demasiado, como deportes, televisión y cultura. Comprobé que lo que me gustaba era la información internacional, especialmente los conflictos bélicos, y como para hacer eso necesitaba aprender inglés, en 1989, con la carrera terminada, me fui nueve meses a Londres. Allí gané algo de dinero, muy poco, haciendo crónicas para Ya y Época.
¿Y luego?
La puñeta era que no había hecho el servicio militar. Pensándolo ahora, debí desertar. Pero volví y estuve un año. Me metieron en la revista del Ministerio de Defensa y eso acabó siendo interesante, porque hice algunos viajes, entre ellos uno en el portaaviones Eisenhower y otro en un Awac [avión-radar] por Alemania. Al licenciarme entré en la plantilla de Época. Y ahí ya empecé a cubrir conflictos bélicos, con la primera guerra del Golfo, en 1991. Fui a Israel para escribir sobre los misilazos del amigo Saddam Hussein. En verano de ese mismo año, aprovechando las vacaciones, me fui por mi cuenta a Sri Lanka para cubrir la guerra de los Tigres Tamiles.
¿Qué le veías a la cobertura de conflictos?
Me encanta viajar, conocer otros países, otra gente… Me parece muy interesante algo que ocurre en los conflictos bélicos, y es que las personas se reducen a su estado más puro: la gente que es mala se hace supermala, y la que es buena, superbuena. Te encuentras con alguien que no sabes ni cómo se llama y que te salva la vida, y te encuentras con alguien que no sabes ni cómo se llama y que te quiere cortar la cabeza. Para mí es algo fascinante, es romper la monotonía de que si la hipoteca está cara o si me han hecho un rayón en el coche. Eso es lo que me atrajo desde el principio. Seguí en Época, pese a que lo de estar en plantilla no me gustaba mucho (y sigue sin gustarme) porque te restringe y recibes órdenes, y a mí que me den órdenes me pone de los nervios. Desde mi época en Londres me atraían Suráfrica y el problema del “apartheid”, porque pensaba que eso sólo podía terminar en una guerra civil. En 1990 me lo pensé, pero no me atreví. Cuando ya estaba derrumbándose el sistema racista, hacia 1994, decidí que lo de Época era un rollo patatero porque no iba con mi ideología y tenía que escribir sobre asuntos españoles que no me interesaban, así que lo dejé y me fui a Suráfrica. Durante mis años en Época aprovechaba las vacaciones para irme a la guerra en los Balcanes. Me compraba un Seat 127 de quinta mano, lo arreglaba, me iba con él a Croacia o donde fuera hasta que lo rompía. Fui cuatro o cinco veces a la guerra en un 127. En uno de esos viajes tuve un accidente grave. En otro, se congeló el coche.
¿En serio?
Lo mío era el turismo bélico. Aprovechando vacaciones me hice Bosnia, Angola, Mozambique…
¿Qué es para ti el riesgo?
No me lo planteo, no creo que sea positivo pensar en eso. Si acaso lo pienso luego, ya pasado el peligro, pero en general trato de evitarlo. Cuando empiezo a darle vueltas a esa cuestión, escucho música. No me gusta analizar. Quizá soy un inconsciente. Me parece que es mejor no profundizar en la posibilidad de que te rompan la cabeza.
Si no recuerdo mal, nos vimos por primera vez en Ruanda.
Sí, yo vivía en Suráfrica desde diciembre de 1993, y estuve allí hasta las elecciones de abril de 1994. Creo que Suráfrica ha sido la única historia positiva que he cubierto en toda mi carrera. Fue algo que me impresionó. Nunca he votado, pero si tuviese que votar lo haría por Nelson Mandela. Al acabar las elecciones ya había empezado la guerra civil en Ruanda y me preguntaron en El Mundo, el diario con el que colaboraba, si quería irme allí.
Y fuiste.
Entré tres o cuatro veces a Ruanda. Una de las veces viajé con Joao Silva, el fotógrafo portugués que hace un par de años perdió las piernas por una mina en Afganistán. Vimos cosas atroces. Las bandas de hutus obligaban a los niños a elegir a las víctimas. Iba el niño por la calle, señalando como tutsis a los más altos.
En realidad, había hutus altos y bajos, y tutsis altos y bajos.
Todo era disparatado. Llegué a Kigali, la capital de Ruanda, cuando los tutsis aún no habían entrado, pero el Gobierno ya había caído. Se formó una marea humana de hutus que buscaban refugio, se calcula que un millón de personas. Algo brutal. En Kigali la situación era surrealista. Había tropecientos mil puestos de control establecidos por tipos con pelucas, en pelotas, armados con cuchillos… Recuerdo a un niño que con una mano te pedía algo, y en la otra tenía una granada. Y mientras tanto los Interhamwe, las bandas hutus, seguían masacrando gente a machetazos.
Yo aún tengo pesadillas por todo aquello. Hubo periodistas muy curtidos que después necesitaron tratamiento. ¿A ti no te afectó?
A lo mejor un día me revienta la cabeza. Hace un momento Mónica me comentaba que lo que ocurre en Siria es horrible y supongo que debería afectarme más. Creo que es por lo que te decía antes, que procuro no pensar en ello. Yo miro, tomo notas, escribo una crónica y luego me pongo a leer un libro o a navegar por Internet. Puede que me haya convertido en un cínico y veo las cosas como si no fueran conmigo. Pero no, Ruanda no me impresionó como para tener pesadillas. Aunque, desde luego, aquello es lo más bestia que he visto en mi vida. Porque luego, en la zona tutsi, la venganza también era brutal.
Y, para colmo, hubo la epidemia de cólera entre los refugiados y en Goma, la primera población fronteriza dentro de Congo; se formaron montañas de cadáveres.
El cólera fue como el clímax del desastre. Además las matanzas se cometían de forma muy primitiva, con machetes. Veíamos aquellas caras con la nariz y las orejas cortadas, las cicatrices, las personas a las que cortaban los tendones de los pies para que ya no pudieran huir… Y en medio de esa degollina gigantesca, los blancos podíamos trabajar como si no pasara nada. Llegaba un tipo que acababa de cepillarse a cien y te lo contaba con todo lujo de detalles. Yo hablé con mucha gente que ahora está en prisión de por vida. Si eras blanco te trataban como a un príncipe e intentaban explicarte por qué ocurría aquello. Se cargaban a su gente pero no se les ocurría hacerle nada a un blanco.
Cuando dejaste Ruanda volviste a Suráfrica.
Fue una temporada un poco loca. Pasé por España cuando Estados Unidos invadió Haití; no sé por qué, pero no había nadie disponible y me tocó irme a Haití. Allí conocí a Maruja Torres: la primera vez que la vi estaba dándome gritos y saludándome desde lejos. A finales de ese año, 1994, quedó libre la corresponsalía de El Mundo en América Latina y me propusieron instalarme en México. No me apetecía demasiado, pero acepté.
¿Qué tal lo pasaste?
Me quedé cuatro años, hasta 1999, y pude conocer toda América Latina salvo Costa Rica. Es un continente muy divertido, pero yo echaba en falta las guerras. Había muchas elecciones y cumbres insoportables de la Organización de Estados Americanos. La idea de enviarme a México tuvo que ver con el fenómeno de los zapatistas. El caso es que el zapatismo perdió interés rápidamente. Tenía la guerra de Colombia, ya muy recurrente, y una guerra entre Ecuador y Perú que duró sólo un par de meses. De vacaciones seguía yéndome a algún conflicto por ahí. A Indonesia, por ejemplo. En 1999 me ofrecieron la corresponsalía en Marruecos, para cubrir el continente africano, y eso me pareció muy interesante. Aún no me había instalado en Marruecos cuando me encargaron irme a Sierra Leona para cubrir una guerra que no entendía nadie. Allí me secuestró un grupo de guerrilleros.
¿Cómo se vive un secuestro?
Fue algo muy atípico. Digamos que fue un secuestro relativo. Para empezar, como el agua estaba contaminada y no se podía beber, los guerrilleros habían ocupado una fábrica de cerveza y estábamos todo el día bebiendo y fumando porros. Luego estaba ese factor de África y el respeto al blanquito. Les convencí de que yo había ido allí a entrevistarles, para que el mundo supiera quiénes eran y qué querían, y aunque parezca surrealista con el pedo que llevaba, me permitieron trabajar. Tenían un grupo de gente realmente secuestrada, con tipos armados en las puertas…
¿Secuestrados africanos?
Africanos, indios y de todo.
Pero no blancos.
No, blancos no había ninguno. Durante los tres días que pasé con el grupo no pude irme, pero pude entrevistar, en un tono muy desquiciado, a quien quise: a los jefes, a un belga blanquito que luchaba con ellos… Cuando terminé y no me quedaba nada por hacer, le dije al jefe que me iba. Se montó un buen jaleo sobre si tenían que dejarme libre o no. Les expliqué que si no me iba nadie iba a saber quiénes eran, porque realmente nadie lo sabía. En ese momento había dos movimientos guerrilleros, y el que estaba reivindicando la responsabilidad de haber atacado Freetown, incluso de haberme secuestrado a mí, era el otro movimiento guerrillero. Incluso el Gobierno español estaba, en esos momentos, hablando con el movimiento equivocado, con un tal general Mosquito que no tenía nada que ver con el asunto. Le comenté eso y que, si me dejaban ir, yo publicaría todo lo que sabía y los daría a conocer. Dejaron que me fuera.
Dentro de la categoría de matanzas, la africana suele ser más carnal. Además, hay toda una serie de fetiches: cabezas, manos, penes… se toca más la muerte que en la matanza occidental, ¿no?
Me parece mucho más inhumano todo lo que rodea a la cultura occidental. En África, la muerte es un elemento cotidiano. Los niños no reciben nombre hasta que pasan la varicela o el sarampión a los cinco años, con lo cual no lloras porque se te ha muerto alguien: se te muere todo el mundo. Los africanos llevan siglos de atraso por muchísimas circunstancias, entre ellas el colonialismo. Entonces, la muerte es un elemento más de su vida, lo vivo y lo muerto no tienen tanta diferencia. Y el hecho de cortar una mano no es un elemento de salvajismo, sino que forma parte de un entorno totalmente desquiciado, donde ignoras si vas a vivir o no mañana. Sin embargo, en Europa la muerte se hace a conciencia, se sabe lo que se está haciendo. En Europa se come y se estudia. En Europa y en Oriente Próximo no se hacen las cosas para ver qué pasa, sino que se hacen a conciencia. Se extermina a conciencia, y se hace por una motivación ideológica muy clara. En África un 60% de la población es analfabeta, y se deja llevar por el cacique. Si el cacique dice algo. Porque el cacique es el único que nos da de comer algo cuando nos da, y hay que hacerle caso porque si no, nos morimos.
En cuanto tiras un poco de los hilos del cacique aparecen Europa o Estados Unidos. En el caso de Sierra Leona son diamantes con un destino determinado, en el caso de Ruanda fue el monocultivo del té impuesto por el Banco Mundial el que creó una especie de crisis malthusiana en la que se mataba al vecino para quedarse su palmo de tierra. ¿Cuando estabas allí te planteabas que estabas viendo una barbaridad y que al final del proceso lo que había era algún tipo de intervención occidental, alguien que se aprovechaba?
Lo de África es muy curioso. Tenemos el estereotipo de que son unos salvajes, pero es que se trata de un continente que sufrió un colonialismo brutal, que perdió hasta cien millones de personas por la esclavitud y donde se hundieron civilizaciones. Hubo regiones enteras cuyos habitantes desaparecieron. Ése es el motivo del atraso de África, que en un momento dado se destruyó un continente y sigue destruyéndose cada año porque se sigue interviniendo, se siguen robando materias primas, se sigue fomentando el poder del más hijo de puta y, claro, dices que son salvajes. Pero no, perdona, a estos señores les hemos destruido totalmente su tejido social, hemos inventado unas naciones que no existían, hemos inventado unas fronteras que no existían, la tribu de Pepito siempre ha estado con la de Juanito pero nosotros decidimos que son dos tribus diferentes… ¿Qué pasó en Ruanda y Burundi? Los primeros que fomentaron el sectarismo tribal fueron los belgas, que empezaron a catalogarlos como hutu o tutsi, y decidieron que el hutu cuidaba las cabras y el tutsi era el jefe. Claro, llegó un momento en el que se lo creyeron y se montó una dinámica de revancha. Las potencias occidentales han fomentado muchísimo los conflictos en África. Durante la guerra fría fueron enviando allí toneladas y toneladas de armamento. En vez de que los blanquitos se matasen entre ellos, mejor que se mataran los negros en nuestro nombre, ¿no? Ibas a Angola y veías armas y municiones por todas partes, lo más moderno, para que luchasen por nuestra ideología, cuando en África todo eso del comunismo y el capitalismo no se entiende. Pero allí estábamos nosotros diciendo que éstos son supercomunistas y marxistas; y luego el otro que no, que quieren la libertad, y no sé qué.
Después del episodio de Sierra Leona…
Me instalo en Marruecos hasta 2002 y recorro toda África. Es un continente ignorado. En Burundi, por ejemplo, había campos de concentración con 800.000 hutus, y nadie decía nada. Llevaban allí dos meses, pero llegabas tú, lo contabas y todo el mundo te felicitaba por el descubrimiento. Y tú pensabas que lo único que habías hecho era subirte a un avión y visitar el campo de concentración. El problema de África es que no cotiza en el mercado de noticias, pero las historias son alucinantes. Además, conoces gente muy maja, porque la gente que va a África es gente comprometida. Yo no soy creyente, pero allí encontré a curas capaces de sacrificarlo todo.
¿Leíste el artículo que sacó Robert Fisk hace unos días en The Independent?
¿Uno que creó mucha polémica entre los periodistas?
Sí. Ese que decía que los periodistas de guerra son más noticia que las víctimas, y que hay algo neocolonialista en eso.
Estoy totalmente de acuerdo. Fisk critica la egolatría de la prensa y eso tiene su ironía, porque él es muy egocéntrico, pero en ese artículo decía muchísimas cosas que son verdad. Nos creemos que somos la repera. Uno de los conflictos que más me impresionó fue el de Vietnam. Visité un museo de la guerra en el que exhibían una lista de periodistas caídos en conflictos y me di cuenta de que no había ningún nombre vietnamita. En aquella época los periodistas vietnamitas muertos no se contabilizaban, como si no existieran. Todos los nombres de los caídos son extranjeros. Por eso ahora muchas veces se dice que en una guerra determinada ha habido más periodistas muertos que en la de Vietnam, porque sólo se contabilizaron los extranjeros. Alrededor del corresponsal de guerra se ha creado una aureola que convendría rebajar. Habría que ser más crítico. Ahora, por ejemplo, los sistemas de protección no están mal, pero se está haciendo algo que yo nunca había visto: hay corresponsales de guerra que viajan con un médico y un asesor de seguridad. Lo del médico, vale. Lo del asesor de seguridad me parece ridículo. ¿Le va a explicar el asesor a Goran, un fotógrafo de Reuters con mil batallas a cuestas, cómo ir a la guerra? En todo caso será Goran quien se lo explicará al asesor, porque Goran de pequeñito comía balas. Todo este aparato que se ha creado en torno al periodismo de guerra me parece muy exagerado.
¿Por qué sólo sentimos empatía hacia los occidentales?
Es algo generalizado en Occidente. Vamos a lo de siempre: ¿por qué 100.000 africanos no cotizan igual que un israelí que cayó ayer muerto no sé dónde o un europeo que fue secuestrado no sé dónde? Porque nuestra normativa de valores es muy hipócrita. Nos parece una tragedia el que a un español le den un bofetón en una calle de no sé dónde, y sin embargo que mueran 100.000 negritos… pues nada, son sólo 100.000, y sanseacabó.
¿Tiene eso que ver con algún tipo de racismo o neocolonialismo?
No, yo creo que es absoluta indiferencia. Ignoro las causas de esa indiferencia, pero existe, y mata. Es inaceptable que haya 10 millones de africanos muriendo al año por malaria o SIDA y de eso no se escriba. Colega, ¡que son 10 millones de tíos! Indiferencia. “No podemos hacer nada.” ¿Pero cómo que no? ¿Te crees que tú has llegado a este nivel de vida porque sí? Ha habido un saqueo previo de muchas culturas y nos hemos aprovechado. Deberíamos ser solidarios y devolver un poco. Por eso admiro mucho a la gente que va a África. Es de la poca gente que ha comprendido que estamos en deuda con todos esos países.
Hay una posición que niega esa deuda, la posición que denunciaba Edward Said en “Orientalismo”. Hay quien dice: “la poca civilización que tienen se la dimos nosotros”.
Recuerdo la cumbre sobre el apartheid en Durban, en la que los países africanos sólo exigían que se reconociera que hubo esclavismo, y recuerdo a la delegación española, cuyos miembros no vamos a nombrar, diciendo: “Cómo vamos a aceptar eso, si en España también fuimos invadidos por los árabes.” Pero a ver, los árabes formaron parte de España durante ocho siglos, los que os consideráis españoles lleváis siete siglos siéndolo. En realidad somos nosotros los que invadimos a los árabes que había en España. ¿Reconocer que hubo esclavismo? Pues no, ninguno de los países occidentales reconoció que hubo esclavismo. No existió. No hubo millones de tíos que estuvieron trabajando esclavizados en las plantaciones de África, de España…
Eso es de una idiotez abrumadora, porque si hay algún momento decente en la historia reciente de Occidente es la campaña contra la esclavitud en los siglos XVIII y XIX.
Pues aquello fue tan repugnante que después, hablando con la delegación de Durban, me dijeron que el razonamiento ulterior consistía en que si reconocían que hubo esclavismo a nivel oficial en la ONU después les podían pedir indemnizaciones. Así de patético. ¿Para qué vamos a pagar después de robarles a millones de personas toneladas de diamantes y millones de barriles de petróleo? La sociedad occidental es hipócrita y la indiferencia es alucinante. Es un problema muy grande a la hora de cubrir conflictos, y está pasando ahora en Siria. Es tal la indiferencia que la única manera de llamar la atención del público es exagerando lo que ya es una tragedia. Y eso no se debe hacer. Se ha dicho que es una nueva Ruanda. Hombre, han sido 8.000 muertos, pongamos 20.000 si quieres, pero es que en Ruanda fueron 800.000 en un mes. Ése es el problema, la gente se ha percatado de que ya no tiene ningún efecto lo que digas, por lo que tienen que sacar lo más exagerado que les venga a la cabeza. La indiferencia sólo se puede romper con exageraciones, y eso resta muchísima credibilidad al tipo de información que estás haciendo.
Hablando de credibilidad y de esta última cobertura que has hecho en Siria, ¿qué te ha parecido la información que procede de las redes sociales? Me refiero a la información que han ido difundiendo los activistas de la oposición desde el inicio del conflicto. Ha habido mucho debate sobre si la prensa es necesaria ahora que ya existe el periodismo colectivo o ciudadano.
Lo del periodismo colectivo tiene un riesgo tremendo. Hacen una gran labor, porque están emitiendo vídeos sobre el terreno, pero son gente comprometida con un bando, por lo que no puedes poner la mano en el fuego por todo lo que te manden. Existe el peligro de que te vendan una moto, no son nada objetivos. Depender de ese tipo de información, que más que información es propaganda, es muy arriesgado. Ha de seguir existiendo el periodista independiente. No resto nada de mérito a los activistas de la oposición porque los he visto trabajar en Homs: son tíos muy valientes que intentan trabajar como profesionales. Pero no son periodistas. Asocian periodismo con propaganda, porque eso es lo que han vivido siempre en su país. No comprenden el concepto de periodismo objetivo, el dejar hablar a la gente. Estás entrevistando a alguien y le dicen “ojo, no digas eso”.
Una dificultad añadida es la imposibilidad de cruzar de un bando a otro. En el caso de Siria, no se puede estar con la oposición y luego viajar a Damasco para conocer los argumentos de los progubernamentales.
Ése ha sido uno de los problemas de los conflictos a partir del 11-S. Por desgracia, George Bush consiguió implantar el “estás conmigo o estás contra mí”. En Bosnia, por ejemplo, aunque con mucha dificultad, podías hablar con los serbios. En África casi siempre podías cubrir los dos bandos. Pero a partir del 11-S se crea una división según la cual estás con uno o estás con otro. Y una vez estás con uno es muy difícil estar con el otro. A mí me encantaría ir a Damasco, pero ya estoy marcado y no puedo ir. Lo mismo en Irak. A mí me hubiese encantado ir, porque he hablado con ellos y sé que de la gente que todos definíamos como Al-Qaeda no eran todos Al-Qaeda, sólo un mínimo porcentaje. El resto era gente que luchaba por muchísimas razones e ideologías. Me hubiese encantado hablar con ellos, pero no se podía. Hay cosas que sólo puede hacer, por ejemplo, Al-Jazeera. A mí me jode no poder ir a Somalia a hablar con los al-Shabab, pero eso ya sólo se puede hacer si eres de Al-Jazeera, árabe y musulmán. Y del otro lado lo mismo, si te llamas Ramsi Churum y quieres cubrir empotrado con los americanos te dicen que ni de broma, no te dejan ni subir al avión.
¿Se puede hacer algo con el conflicto sirio desde fuera? ¿Ayudar de alguna forma?
Es muy complicado. Y además, cuanta más historia siria leo, más paralelismos veo entre esta revuelta y la de 1978. Con una diferencia: ésta es porque quieren libertad y la otra era porque no querían el régimen. Pero el desarrollo está siendo muy parecido.
¿El final puede ser parecido?
No lo sé. Desgraciadamente hay muchos elementos muy parecidos: la división de la oposición, el régimen utilizando los mismos medios, las mismas tropas, el mismo lenguaje… La gente vincula la revuelta de los 70 con la matanza de Hama, pero en realidad se extendió por todo el país.
Sí, pero Hama fue la ciudad que recibió el castigo más duro.
No, hubo también masacres en ciudades como Alepo, que estuvo un año bajo ocupación militar y donde murió un montón de gente. Lo que pasa es que, para simplificar, en Occidente reducimos las cosas a símbolos, y Hama es un símbolo. Aquella guerra, como la de ahora, se extendió a toda Siria y duró desde 1976 hasta 1982, aunque hacia 1968 ya había enfrentamientos.
Entonces no existía una cobertura periodística inmediata como ahora. ¿Qué efecto puede tener esa atención mediática?
Puede tener un gran efecto porque tiende a reducir el número de muertos. Eso ocurre con el conflicto palestino-israelí. El hecho de que el régimen no haya utilizado aviación en Homs se debe a que sabe que si mata a más de mil tíos al día se mete en problemas. Sospecho que en todos los regímenes debe de haber un estadillo que marca un máximo de víctimas diarias: a partir de esa cifra, se dice el gobernante en cuestión, es un desastre diplomático y nos crujen. Por eso sólo se pueden utilizar tanques y artillería. Lo de Siria recuerda también al conflicto palestino-israelí a nivel de tácticas militares: la destrucción de casas, en los dos sitios; el cerco, en los dos sitios; el lenguaje, en los dos sitios igual…
Y mortandad de baja intensidad.
Igual. Gaza y Homs son lo mismo. Bombardeamos pero hasta aquí, más no, que saldremos en los telediarios. Es una táctica muy israelí. Eso frena el número de muertos. Pero tampoco lo frena del todo, tiene un límite de efectividad.
¿Tienen alguna viabilidad los corredores humanitarios?
Se utilizó en Bosnia y es muy complicado. Porque necesitas dejar claro que al primer balazo que te disparen les tiras veinte misiles, y eso existía en Bosnia y no se utilizó; o envías tropas y necesitas muchas, porque te metes en una guerra. Creo que Occidente no tiene ningún interés en particular, no pierde mucho con que los sirios se estén matando, pero piensa que si se mete en una guerra puede desestabilizar Oriente Próximo, crearse dificultades con Israel que es aliado, provocar un encarecimiento del petróleo… En el fondo son unos musulmanes que se matan entre ellos y nosotros lo vemos en el telediario.
No creo que a Israel le vaya muy mal con Bachar el Asad.
No, el resultado ideal tanto para Estados Unidos como para Israel es el empate. Si cambiara el régimen de El Asad por otro no sabemos qué podría pasar. El 99% de la población siria es anti-israelí y ahora lo que existe es un régimen debilitado que no entraña peligro para Israel.
Llega un punto en el que estos conflictos desaparecen del mapa. Es lo que pasó con la guerra de Líbano, sólo había interés cuando secuestraban a algún occidental. La atención se agota.
Por supuesto, este mismo año la gente empezará a tener hartazgo mediático de Siria y si esto se queda en una guerra de baja intensidad de 50 muertos hoy y 40 mañana… Yo creo que va a durar mucho tiempo, porque la oposición no tiene armamento para ganar y el régimen no se atreve a aplastar a los rebeldes con una ofensiva final por miedo a los medios de comunicación.
Estuviste cerca de morir en Siria y saliste del país en una operación muy arriesgada. ¿Qué es lo primero que hiciste al llegar a Beirut?
Fui a comer sushi, que me encanta.
Fotografía: Natalia Sancha
Fuente: jotdown.es