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¿Cómo demostramos la utilidad de la ayuda?

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¿Es posible definir políticas eficaces contra la malnutrición si no se tiene claro cuántas personas malnutridas hay, dónde están y por qué están malnutridas?

Una de las críticas habituales a la Cooperación para el Desarrollo es la incapacidad de los gobiernos y ONG para demostrar los resultados alcanzados. Esta dificultad en la medición puede convertir el apoyo a las ONG en prácticamente una cuestión de buena fe. Pero es que aún hay más. Si hacer que la pobreza sea historia es una opción política, entonces hay que alertar de que la determinación política puede ser incluso contraproducente si las estrategias de actuación se diseñan sobre la base de mediciones erróneas.

 

Como que esto que les cuento está muy bien pero peca de ser demasiado obvio y abstracto al mismo tiempo, veamos un caso práctico relacionado con la malnutrición.

 

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el porcentaje de malnutrición en Nigeria es del 7%, pero según la Organización Mundial de la Salud (OMS) es del 31%; para la FAO, la malnutrición en Kenia es del 44%, pero para la OMS es del 22%; para la FAO, África es el continente con mayor porcentaje de población malnutrida, pero para la OMS el problema es más relevante en Asia. ¿En qué quedamos? ¿Por dónde empezamos?

 

Para la FAO, de acuerdo con su modelo de medición, el problema de la malnutrición está causado esencialmente por la insuficiencia de alimentos. Su modelo asume que todas aquellas personas que no alcanzan a ingerir un mínimo establecido de calorías diarias están malnutridas.

 

La OMS, en cambio, basa su estimación de la malnutrición en una serie de mediciones de indicadores antropométricos, como por ejemplo, la relación entre la edad, la altura y el peso. Este sistema de medición nos sugiere, implícitamente, que no solamente importa la disponibilidad de alimentos, sino el acceso de cada persona a los mismos; no sólo la cantidad injerida, sino también la calidad de los nutrientes.

 

En efecto, la FAO, en su discurso actual, también habla de la importancia de la calidad de la nutrición o de las buenas prácticas en materia de educación, salud, agua y saneamiento, pero su modelo de medición, que no olvidemos que es el que se utilizó en la Cumbre Mundial de 1996, donde 186 países se comprometieron a reducir el número de personas malnutridas a la mitad en 2015, mide lo que mide: la disponibilidad de calorías en un territorio y cómo se distribuyen entre la población. Punto. Por eso no sorprende que el plan de acción resultante de la Cumbre se focalizara esencialmente en lograr la seguridad alimentaria en África a través de un incremento de la producción de alimentos. Pero ya sabemos que disponibilidad de alimentos no es igual a seguridad alimentaria, del mismo modo que seguridad alimentaria no es lo mismo que seguridad nutricional.

 

Podríamos también explorar las mediciones de la pobreza, y llegaríamos a la conclusión de que comparar datos entre países o incluso la evolución en los índices de pobreza de un mismo país a lo largo del tiempo es un ejercicio cuanto menos arriesgado.

 

No todo lo importante se puede contar o medir, ni tampoco todo lo medible es importante. La medición de índices de malnutrición, pobreza o incluso escolarización de niñas y niños no es sencilla, pero la eficacia de la acción política pasa necesariamente por buscar un consenso, el mejor posible, sobre las definiciones de los problemas, su causalidad y la forma de medirlos.

 

Esperemos que tengan esto en cuenta tanto los que participen el próximo mes en la Conferencia sobre Desarrollo Sostenible (Río+20), como los que lo hagan en el Grupo de Trabajo para la sucesión de los Objetivos del Milenio. De lo contrario, será difícil que podamos ser eficaces en la identificación e implementación de soluciones a favor del desarrollo y contra la pobreza.

 

Fuente: blogs.elpais.com